Un canto y verso de guerra: ¡Viva Cristo Rey!

 Por Osvaldo Santana



La historia de México, como ya lo vimos en la entrada anterior, tiene una sinfonía propia, una mezcla única y exquisita que deleita a tantos oídos y corazones que con orgullo escuchan, e incluso puede llegar a enamorar a extranjeros. La diversidad de estilos e instrumentos, géneros y sonidos tejen la historia de nuestro país y que a la par también de nuestras familias y vidas.

Algo que siempre ha acompañado a nuestra nación desde la época prehispánica es la fe. Quien conoce a un verdadero mexicano sabe muy bien que la fe no es algo que pase de largo, y la espiritualidad es algo que siempre se le ha dado. Cuando llegaron los españoles, la evangelización fue un proceso doloroso y de verdadera agonía. Ante eso llegó la "morenita" del Tepeyac, la Virgen de Guadalupe que tocó los corazones de indígenas y españoles, y algo que es muy certero es el hecho de que cambió la historia de nuestro país.

Así nos podemos ir hasta la guerra de Independencia, donde el estandarte tomado en Atotonilco, Guanajuato por el cura Miguel Hidalgo, considerada el primer lábaro patrio, lleva a la Guadalupana. Después llegó el Primer Imperio Mexicano, donde la Iglesia tenía parte importante sobre la política.

Fue hasta la Guerra de Reforma que hubo disrupciones con la Iglesia, pero eso es a nivel político. En la sociedad, el fervor es algo que permaneció y sigue hasta nuestros días, independientemente de la posición económica, profesión o entidad. El conflicto creció después de la Revolución, durante los mandatos de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. Un extraño nacionalismo del segundo con respecto a tener una Iglesia regida por el estado mexicano y no por el sumo pontífice llevaron a la lucha por la posesión del poder total.

La Guerra Cristera estalló. La Iglesia no llamó a la guerra con las armas, pero varios de sus fieles decidieron defender su libertad religiosa. Los cristeros contra el ejército callistas, el pueblo contra parte del pueblo mismo y el gobierno, una guerra civil que no obedecía a partidos o espectros políticos sino a la fe, a una convicción, y lo increíble era pensar que se revivía lo que en el Imperio Romano vivieron los primeros cristianos. Hombres con sotana y mujeres con hábito, ambos con un rosario en mano, perseguidos y asesinados sellando su testimonio con un grito potente que molestaba a los soldados y al propio gobierno: "¡viva Cristo Rey!". Una estampa de Jesús o María te merecía la muerte.

Este último grito que encabeza esta entrada se convirtió en un emblema de la cristiandad no sólo en México y Latinoamérica, sino en toda la Iglesia universal. Incluso está construido un templo, coronado por un Cristo, cerca de León, Guanajuato, en el Cerro del Cubilete. Ese Cristo inspiró el de Corcovado en Brasil. Y engloba todo un significado, toda la historia, la sangre de tantos sacerdotes, consagrados y consagradas, laicos que dieron su vida por su fe sin tomar las armas, imitando a su maestro.

La música define mucho a quien la compone y a quien la escucha. Quien compone cuenta su historia y quien escucha la adopta en su vida; pasa igual con los países y naciones. La sinfonía de México en este punto de la historia se mezcla con la de la historia de la Iglesia. La música desarrollada durante esta época hoy sigue resonando en templos y capillas, en marchas que defienden los valores cristianos y forman parte del folclor mexicano. En las peregrinaciones, en los gestos de devoción podemos escuchar algunos de esos cánticos que llamaron a muchos mártires a entregarse, a muchos cristeros a pelear por la libertad religiosa.

Muchas historias que estremecen el corazón de creyentes y no creyentes. Inspiran a permanecer firmes en nuestras convicciones, a seguir el camino de la paz, y nos recuerdan que de nuestra tierra brotaron mártires mexicanos y mexicanas, incuso algunos santos.


Los cantos que hoy seguimos escuchando fueron en su momento un auténtico canto de guerra, que invitaba a dar la vida por Jesús de Nazareth y la Virgen de Guadalupe, por la libertad de profesar la fe.


Cristo Rey del mundo es un título que tiene su solemnidad en la Iglesia Católica el último domingo del año litúrgico. Tiene una relación muy especial con la fe mexicana por la sangre derramada en tierra jalisciense, michoacana, nayarita, zacatecana y guanajuatense.


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